Dos colores, un fondo y cientos de piezas importantes a fotografiar. Nuestro objetivo era crear ambientes en los que nada pasara desapercibido. Cada elemento debía representar su carácter, lo que era y la función que desempeñaba.
Pareja de color, ese sería el fondo con el que jugaríamos para crear cientos de escenas.
Cada estilismo debía ser diferente y reflejar la importancia de todos los elementos importantes en la imagen. Para ello, nos ayudaríamos de la potencia del color; en unos casos sería el mostaza y en otros, el rosa.
Las combinaciones dependían de colores y texturas, pero el estilo, definiría la imagen final, el que marcaría la esencia de todo el conjunto. Para ello, disponíamos nuestro fondo de una forma u otra.
La claridad del blanco nos ayudaba en algunos casos a resaltar formas y colores, frente a la importancia del tono predominante en otros, cuando la sutileza de la forma se perdía en la neutralidad.